POR BIENVENIDO HEREDIA
Enviado a Ecos del Sur.
Ante la criminal embestida que acometen la delincuencia organizada y la delincuencia común contra la ciudadanía de todos los rincones del país, es necesario que quienes realizamos la labor de comunicadores, periodistas o no, expresemos nuestros criterios con la mayor objetividad posible, especialmente los que realizan programas interactivos a través de la radio.
En muchas ocasiones he escuchado la forma alegre en que se expresan algunos conductores de ese tipo de programas cuando alguien llama o va a cabina para denunciar un hecho en que se ve involucrado un familiar que está tildado de delincuente. El conductor o los conductores hablan a rabiar cuando el denunciante dice que la Policía agredió su familiar. Las preguntas que hacen, si las hacen, son siempre acusatorias, nunca indagatorias.
“Cuándo fue eso?”, “dónde fue?”, “cuántos policías eran”?, etc. Casi nunca he escuchado “por qué fue el incidente?”, “qué hizo su familiar?”, “él agredió a los policías?”, “de qué lo acusa la policía?”, “a él lo estaban buscando preso?”, “está usted seguro de que fue un policía que lo hirió?”, etc.
Antes de hacer ese tipo de preguntas indagatorias, ciertos comunicadores se destapan con expresiones de condenas a priori: “eso es un tremendo abuso”, “una agresión a los derechos humanos”, “la policía sigue siendo el mismo cuerpo criminal de Trujillo y los doce años de Balaguer”, “eso hay que condenarlo”, “este programa apoya su denuncia y se solidariza con su familia”.
Es condenable la solidaridad con las víctimas del abuso de cualquier autoridad, sea civil, policial o militar? Claro que no. La sugerencia es que seamos cuidadosos con nuestra emotividad, porque para muchos de nosotros, todo lo que huela a gobierno está mal y hay que condenarlo. Hay ocasiones en que actuamos como la mala palabra de la Gatica de Dora, si le hacen una cosa grita y si le hacen la otra, llora.
Incluso con el mismo flagelo de la delincuencia nos quejamos por el alto índice de criminalidad y violencia callejera, pero nos oponemos a que haya un patrullaje mixto (policías y guardias), porque supuestamente parecemos un país en guerra.
En este país parece que la delincuencia tiene patente para actuar y la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas tenemos el deber de respetar. No debemos andar con cosas de valor, no debemos salir por las noches, no debemos caminar por algunos lugares porque nuestra vida corre peligro. Te pueden asaltar, balear y hasta matar. Podemos ser testigos de algún crimen pero no nos atrevemos a decir quien lo hizo por miedo a la represalia de los dueños de la calle. Además el defendido Código Procesal Penal les da permiso a los delincuentes (de cuello sucio o de cuello blanco y corbata) a estar en las calles mientras se reúnen las pruebas condenatorias en su contra.
De todos es sabido que los delincuentes no tienen nombres hasta que no los apresan o caen en medio de un conflicto entre bandas o a manos de la Policía Nacional. A diario suceden atracos y crímenes de manos de la delincuencia, y aunque muchos saben quienes actúan, nadie se atreve a mencionar el nombre o los nombres de los culpables. En cambio, los nombres de los policías que se ven involucrados en una agresión contra un delincuente, salen inmediatamente a la luz pública. Es simple, los delincuentes son clandestinos y a cualquiera le cobran una ofensa, los policías son públicos y son vigilados por todos los sectores, incluyendo los que se quejan de la delincuencia.
Debemos seguir manifestando nuestra oposición a los atropellos que en muchas ocasiones cometen agentes policiales intentando cumplir con su función de preservar el orden público, pero ojo, la opinión de un comunicador pesa mucho y podríamos estar dándole carne de cañón a esa delincuencia callejera que no respeta condición social, ni edad, ni raza, ni color, para cometer sus tropelías, las cuales le están saliendo muy caro a la sociedad dominicana.
Enviado a Ecos del Sur.
Ante la criminal embestida que acometen la delincuencia organizada y la delincuencia común contra la ciudadanía de todos los rincones del país, es necesario que quienes realizamos la labor de comunicadores, periodistas o no, expresemos nuestros criterios con la mayor objetividad posible, especialmente los que realizan programas interactivos a través de la radio.
En muchas ocasiones he escuchado la forma alegre en que se expresan algunos conductores de ese tipo de programas cuando alguien llama o va a cabina para denunciar un hecho en que se ve involucrado un familiar que está tildado de delincuente. El conductor o los conductores hablan a rabiar cuando el denunciante dice que la Policía agredió su familiar. Las preguntas que hacen, si las hacen, son siempre acusatorias, nunca indagatorias.
“Cuándo fue eso?”, “dónde fue?”, “cuántos policías eran”?, etc. Casi nunca he escuchado “por qué fue el incidente?”, “qué hizo su familiar?”, “él agredió a los policías?”, “de qué lo acusa la policía?”, “a él lo estaban buscando preso?”, “está usted seguro de que fue un policía que lo hirió?”, etc.
Antes de hacer ese tipo de preguntas indagatorias, ciertos comunicadores se destapan con expresiones de condenas a priori: “eso es un tremendo abuso”, “una agresión a los derechos humanos”, “la policía sigue siendo el mismo cuerpo criminal de Trujillo y los doce años de Balaguer”, “eso hay que condenarlo”, “este programa apoya su denuncia y se solidariza con su familia”.
Es condenable la solidaridad con las víctimas del abuso de cualquier autoridad, sea civil, policial o militar? Claro que no. La sugerencia es que seamos cuidadosos con nuestra emotividad, porque para muchos de nosotros, todo lo que huela a gobierno está mal y hay que condenarlo. Hay ocasiones en que actuamos como la mala palabra de la Gatica de Dora, si le hacen una cosa grita y si le hacen la otra, llora.
Incluso con el mismo flagelo de la delincuencia nos quejamos por el alto índice de criminalidad y violencia callejera, pero nos oponemos a que haya un patrullaje mixto (policías y guardias), porque supuestamente parecemos un país en guerra.
En este país parece que la delincuencia tiene patente para actuar y la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas tenemos el deber de respetar. No debemos andar con cosas de valor, no debemos salir por las noches, no debemos caminar por algunos lugares porque nuestra vida corre peligro. Te pueden asaltar, balear y hasta matar. Podemos ser testigos de algún crimen pero no nos atrevemos a decir quien lo hizo por miedo a la represalia de los dueños de la calle. Además el defendido Código Procesal Penal les da permiso a los delincuentes (de cuello sucio o de cuello blanco y corbata) a estar en las calles mientras se reúnen las pruebas condenatorias en su contra.
De todos es sabido que los delincuentes no tienen nombres hasta que no los apresan o caen en medio de un conflicto entre bandas o a manos de la Policía Nacional. A diario suceden atracos y crímenes de manos de la delincuencia, y aunque muchos saben quienes actúan, nadie se atreve a mencionar el nombre o los nombres de los culpables. En cambio, los nombres de los policías que se ven involucrados en una agresión contra un delincuente, salen inmediatamente a la luz pública. Es simple, los delincuentes son clandestinos y a cualquiera le cobran una ofensa, los policías son públicos y son vigilados por todos los sectores, incluyendo los que se quejan de la delincuencia.
Debemos seguir manifestando nuestra oposición a los atropellos que en muchas ocasiones cometen agentes policiales intentando cumplir con su función de preservar el orden público, pero ojo, la opinión de un comunicador pesa mucho y podríamos estar dándole carne de cañón a esa delincuencia callejera que no respeta condición social, ni edad, ni raza, ni color, para cometer sus tropelías, las cuales le están saliendo muy caro a la sociedad dominicana.
La intención populista y la emotividad no nos deben llevar a ser cómplices de lo mal hecho.