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jueves, 20 de marzo de 2014

OPINION: El ingrato es como el alacrán

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POR JUAN PEREZ HEREDIA
Para ECOS DEL SUR.

Desde niño siempre he escuchado el viejo dicho que las personas deben hacer el bien sin mirar a quien. En una sociedad  como la que vivimos, donde muchas de las virtudes y valores humanos se han perdido, es muy fácil decirlo y difícil  practicarlo.

 No hay nada peor que una persona malagradecida. El filosofo Seneca dijo una vez que ingrato es quien niega el beneficio recibido; ingrato, quien lo disimula; más ingrato,  quien no lo devuelve, y más ingrato que todos esos, es quien se olvida del favor que se le ha dispensado.

Solidarizarse o ayudar al prójimo puede traer en un principio, mucha satisfacción en lo personal, pero a veces puede resultar  muy peligrosa ya que la persona que una vez se benefició de tu solidaridad, en un acto de ingratitud, mas tarde puede  volverse en tu contra, en un enemigo al cual nunca quisiera darle la espalda.

No tengo complejo de “Santidad” o “Madre Teresa”. Siempre en mí vida, cuando me ha sido posible,  he tratado de practicar el  bien con los demás, claro, sin renunciar a mis principios éticos. Eso no  significa que al solidarizarme o ayudar a una  persona espero una  “recompensa”, aplausos o hacerlo sentir deudor de un favor. Ahora bien, lo que nunca esperaría es que esa  persona, sin motivos aparentes, se transforme de buena a primera en un ingrato.

No soy una persona perfecta, como todos los seres humanos he tenido altas y bajas. En esas circunstancia de la vida siempre he tenido personas que me han ayudado y nunca he dejado de expresarle un  sentimiento de agradecimiento, porque no existe en la vida una cosa más bella que una  persona agradecida.

Es cierto que hay que hacer el bien siempre, sin esperar nada a cambio, pero a veces  con el desagradecido, que muchas veces tiene un conflicto  psicológico severo, nos embarga la duda moral de hacernos el ciego o ayudarlo cuando siempre nos necesite, tomando precauciones de es y será toda la vida un malagradecido, una  persona que  no siente nada cuando recibe un favor.

La persona malagradecida se parece al alacrán del cuento aquel, porque por más que lo ayude a respirar siempre te picará, porque esa es su naturaleza. Es una moraleja que  aprendí  de niño gracias a ese cuento, el cual que me gustaría compartirlo con el lector.

En cierta ocasión, un hombre piadoso vio como un alacrán se estaba ahogando y decidió sacarlo del agua pero, cuando lo hizo  el alacrán le picó.

Por la reacción al dolor el hombre lo soltó, el animal cayó al agua y de nuevo se estaba ahogando. El piadoso hombre intentó  sacarlo otra vez y otra vez el alacrán le picó.

Alguien que había observado todo se le acercó y le dijo: Perdone señor  pero usted si es terco ¿no entiende que cada vez que  intente sacarlo del agua, el alacrán le picará?

El hombre respondió: La naturaleza del alacrán es picar. El no va a cambiar su naturaleza, pero eso no va a cambiar la mía,  que es ayudar y servir.

Entonces el hombre tomó sus precauciones; esta vez, ayudándose de una hoja, aquel hombre, sacó al animalito del agua y le  salvó la vida.

 La moraleja de este cuento es que no debemos perder el ánimo de hacer el bien, no todo está perdido, en la vida existen personas que saber decir GRACIAS, sólo que también existen otras personas con lo cual debemos tomar  precauciones.