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domingo, 30 de marzo de 2014

OPINION: Un pueblo sin identidad y sin tradiciones, no es un pueblo, es una farsa ( I)

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POR RUBEN DOMINICI
 Para ECOS DEL SUR

La identidad cultural es un elemento sustancial en todo conglomerado humano  que se desarrolla de manera sostenible y con futuro cierto. En los países orientales, China, Japón y la India, como ejemplos, la cultura tiene un valor casi equiparable con la religión. Allí se le guarda un respeto admirable  a la memoria de los antepasados, a sus creaciones arquitectónicas, a sus artesanías, a sus  tradiciones, a sus creencias.

Esos valores hacen que las autoridades chinas restrinjan a cincuenta y tres mil (53,000) las visitas diarias a la Gran Muralla China; las de la India estén preocupadas por los 10 millones (10,000,000) de personas que ya visitan cada año el  Taj Mahal, el gran mausoleo que el emperador mongol Shah Jahan construyó para su difunta esposa durante unos 20 años, y a un costo que al día de hoy superaría los sesenta mil millones de pesos dominicanos (60,000,000,000); y en Japón un millón de personas (1,000,000) visita cada año en primavera una avenida bordeada de unos impresionantes arboles de cerezo plantados hace trescientos años.

En primavera, los japoneses aprovechan parques, jardines, e incluso cementerios con cerezos, en vastas zonas para comer y beber al aire libre. Esta costumbre lleva el nombre de “hanami”, que significa “mirar las flores”.

Y en California, Estados Unidos, en el Parque Nacional de las Secuoyas hay un árbol de tres mil doscientos años de edad (3,200)

De haberse construido aquí la Gran Muralla China, el Taj Mahal y la avenida de los cerezos, y de haber nacido el milenario secoya en esta tierra de Duarte, Manolo, Caamaño y Luperón (como decíamos antes), esté usted seguro que al día de hoy la Muralla China la habrían destruido para hacer sobre ella una avenida de circunvalación; las losas del Taj Mahal cubrieran las mansiones de funcionarios de al menos diez (10) gobiernos diferentes; la avenida de los cerezos la habrían ampliado y por tanto reemplazados los mismos por unas palmas exóticas y carísimas de esas que se mueren antes de ser plantadas; y de la pobre secoya supiéramos que no llegó a ver el primer aniversario del gobierno separatista del 1844.

No valoramos, y por tanto, no reconocemos como valederos y memorables los esfuerzos de nuestros ancestros. Sus creaciones arquitectónicas son un estorbo al desarrollo urbanístico de hoy día. Sus valores, creencias, costumbres  y tradiciones son considerados anacrónicos, propias de “gente atrasada”.

En mi mundo, muy primitivo para muchos, un pueblo sin identidad, sin tradiciones, y que desdeña su pasado, no es un pueblo, es una farsa, un ser alienado que no tiene dominio de sus actos ni sentimientos que lo hagan diferenciar el bien del mal. Las funciones que realiza son a petición y voluntad de su controlador o manipulador. Es como si fuera un tren o un exprimidor de jugos. El primero no puede dejar de montar a un pasajero que él y el maquinista reconocen como psicópata homicida; y el segundo no puede expulsar la fruta insana que le han ordenado procesar.

Así las cosas, nos damos el perverso lujo de destruir el río Birán y su entorno, o de permitir su destrucción que es igual, el lugar que fue punto de encuentro veraniego de todos los barahoneros, y fuente de agua superficial y subterránea.

Dejamos abandonada la playa Saladillas, en una cabecera  provincial donde sobran recursos y faltan autoridades responsables. Esta penosa situación la favorece la existencia de una población nativa que ha tenido que irse a la capital o fuera del país, cuyo espacio ha sido tomado por personas venidas de otros pueblos de la Región, las que no tuvieron vínculos con esa gloria natural marina.