POR JOSE PRADO JIMENEZ
Desde Carolina del Norte.
Resulta altamente preocupante la situación de depredación de la foresta del país, más específicamente, en la región sur y pueblos enclavados en nuestra frontera.
Con frecuencia he visto en periódicos de la República Dominicana, quejas por la destrucción de los bosques para hacer carbón vegetal. Esta práctica indiscriminada es por demás, peligrosa. Pues, no es necesario ser un técnico ambientalista, o ser un hombre avanzado en ciencias, para conocer como afecta a los respectivos ecosistemas de las diferentes zonas, donde se lleva a cabo esta insana actividad.
Acabo de leer en este mismo periódico, Ecos del Sur, acerca de un operativo en el cual fueron "incautados 8,449 sacos de carbón vegetal, y la destrucción de varios hornos para la fabricación del carburante". Esta noticia es para alarmarse; y más aun, si pensamos: 1) Cuantos árboles y arbustos fueron sacrificados para obtener tal cantidad de sacos de carbón; y 2) Que tal acción, es realizada en una región donde la lluvia escasea. Soy de dicha región, y no me es necesario recurrir a informe de pluviometría anual para avalar mi aseveración.
Creo que la incautación como medida tendente a hacer desistir de la criminal práctica a esos desconsiderados, será siempre ineficaz; y de continuar, dentro de unos años quedaremos sin bosques, y, en consecuencia, con un desequilibrio ecológico grave. En tal virtud, considero que los recursos usados para vigilar e incautar la salida del producto, arrojaría mejores resultados, si los mismos fueran dirigidos a evitar su elaboración; pues, la salida del carbón vegetal, presupone que el bosque ya ha recibido el daño.
Soy de opinión de que, cuando los actos de mala conciencia, de una actividad individual o de grupo, vienen causando daños a la colectividad, y las medidas de coerción existentes son inefectivas, se hace necesario aumentar la drasticidad de su aplicación; ser cambiadas; o, en última instancia, examinar cuál ha sido la actitud de los encargados de su aplicación. No podemos esperar que el daño sea severo, y esta zona, que por naturaleza es de escasas precipitaciones, termine convertida en un desierto.