POR PLAXEDES M. OLIVERO
Para ECOS DEL SUR.
A siete meses de un crimen cuyo autor o autores siguen en la impunidad.
“Hoy, quisiera ser poeta. Sólo así podría expresar la emoción y los sentimientos de Islande y mi impotencia ante la destrucción de sus sueños. Pero, ¡qué tristeza!, no nací acompañada de la musa que acompaña a una poeta. Escasamente, puedo esbozar unas líneas que intentan expresar esos sentimientos y esta impotencia.
Si yo fuera poeta, cantaría del cuidado y la devoción de Islande hacia su hijo Yulenz Thomas.
Escribiría versos que cantaran el apuro de sus manos al vestir el cuerpo de Yulenz aquel día de su graduación de preprimaria; trazaría con el cincel de la métrica cada movimiento de sus manos al calzar sus piececitos; dibujaría con imágenes metafóricas la manera cómo, ese día, sus manos suaves peinaron su pelo crespo; describiría con alguna figura de pensamiento el brillo de sus ojos al alentarlo con la mirada mientras caminaba a recibir su certificación de preprimaria.
Como no soy poeta, sólo puedo visualizarla alejándose de la opresión, cumpliendo los trámites burocráticos para luego, acompañada de sus cuatro hijos, cruzar la frontera, como tantos otros, en búsqueda de una mejor suerte.
Pero, ¡no!; ¡no soy poeta! y me resulta imposible imprimir melodía a las palabras y cantar mi admiración hacia su amor al trabajo, su deseo de continuar su educación y obtener una carrera y desde ahí, desde ese nuevo rol, ayudar al futuro de sus hijos y al del propio país que le ofreció refugio.
Si yo fuera poeta, entonaría con una elegía su sentido de renuncia y su tristeza al retornar tres de sus cuatro hijos al Haití de sus orígenes.
Si yo fuera poeta, dedicaría versos tiernos que cantaran el esmero de Islande al educar al mayor de sus hijos.
Si yo fuera poeta, dejaría que la brisa del mar esparciera mi voz más allá del infinito para llevar al mundo su esfuerzo, su pasión y su amor bendito.
Si yo fuera poeta, expresaría en palabras resonantes su increíble agradecimiento a este pueblo que la acogió entre el polvo y la miseria de sus calles desiertas, ofreciéndole su mano y una mirada de amor cuando su corazón pereció entre las brasas del odio y de la envidia.
Pero, ¡no soy poeta! Apenas me salen unas toscas palabras que pretenden traslucir mi impotencia ante el dolor de una madre a quien le ha sido arrebatado el hijo que durante nueve meses llevó en su vientre y durante 18 años, cuidó día tras día.
¡No! ¡No soy poeta!, y el grito de Islande por su hijo masacrado se pierde entre las paredes de un humilde ranchito.
Porque no soy poeta, debo pedir perdón a Islande, por no tener palabras suficientes para expresar su gran amor por mi país. Un amor tan inmenso que le impide odiar a quienes con desmesurada saña pisotearon su trabajo, su esperanza y sus sueños.”