POR JUAN PEREZ HEREDIA
Hace muchos años, por allá por la década de los 80, como muchacho al fin, se me metió la idea de suscribirme a todas las revistas “free” o gratis, del mundo, aquellas que enviaban a tu casa por correo sin pagar un solo centavo. Recuerdo como ahora que era suscriptor de revistas cristianas como “La pura verdad” y “La trompeta”, también era suscriptor de revistas de carácter político, técnico o científico como las que editaban la Deutsche Welle de Alemania y la Voz de Rusia, en la ex República Soviética.
El cartero que me entregaba las revistas directamente a mi casa era nada mas y nada menos que Domingo Feliz Beltré, quien curioso y confundido a veces me preguntaba si yo en verdad leía tantas revistas y con qué propósito, me confesaba que no conocía en Barahona un joven que recibiera tantas correspondencias de libros y revistas de toda parte del mundo como la que recibía yo casi semanalmente.
Eran otros tiempos, vivíamos en la Guerra Fria, no existía el Internet y en mi casa, debido a la pobreza en que estaba sumergida mi familia, no había televisor ni radio como en otros hogares. Para mí, la sola presencia de Domingo llevando entre sus manos correspondencias era motivo de alegría ya que tenía las esperanzas de que entre algunas de ellas, podía tener una para mí.
En mi adolescencia, la Barahona que yo conocí no es la Barahona de hoy, sumergida en la delincuencia, con una juventud desempleada y prácticamente sin esperanza, un pueblo que lo único que ofertan nuestros políticos es promesas y más promesas, no soluciones.
Una ciudad que, a falta de empleos, una masa de jóvenes ven el motoconchismo, vender drogas o emigrar la única salida para poder salir de su miseria económica, una ciudad donde sus calles se han convertido en campo de batallas de los delincuentes. Hace mucho años las principales fuentes de empleos en Barahona fueron regaladas al mejor postor o cerradas, echando a la calle a miles de padre de familia.
Al conocer el asesinato de Domingo Feliz Beltré, al que un amigo periodista achaca, incorrectamente, por estar en “el “lugar inadecuado a la hora equivocada” me hace pensar que ya ni en su propia casa uno está seguro, que lo creíamos que era nuestro refugio o nuestra morada correcta y segura para pernotar, es ahora un “lugar inadecuado” y estar descansando en una silla a una determinada hora era “la hora la equivocada” y por eso nos puede matar una bala asesina disparada por delincuentes que tienen de rodillas a Barahona, nos pueden matan en nuestra propia casa, un lugar ahora "inadecuado" hasta para vivir. ¡Por Dios, hasta donde vamos a llegar!
Domingo Féliz, lo único que hizo en su vida fue trabajar honradamente, fue un pobre obrero del Estado mal pagado que, sin quererlo, llevó entre sus manos cartas con mensajes para sus destinatarios con noticias llenas de penas o felicidades, dependiendo de las circunstancias. Por eso abrigo la esperanza de que su muerte no se pierda en el olvido como las cartas que no encontraron sus destinatarios ni sus remitentes.
No existen lugares equivocados para morir, como tampoco el día o la hora, porque morir es la cosa más sencilla del mundo, ya sea accidental u ocasionada. No importa el lugar donde te encuentres, la muerte es nuestra eterna compañera, el lugar y la hora está en la imaginación de los vivos.