Por Dr. Frank Espino
“Si llevas suelto el zapato, guárdate bien de inclinarte y tratar de atarlo mientras atraviesas un campo de melones: Los que te ven podrían creer otra cosa” Anónimo
En estos días he tenido la oportunidad de comunicarme con amigos con los cuales tenía mucho que no conversaba. Entre los temas que hemos tratado no se queda el repaso de nuestros años mozos, la historia y cuentos de compañeros de las aulas, en la primaria, secundaria y naturalmente no se quedan las universitarias.
En sentido general, un repaso de cómo han sido estas décadas, comparadas como la situación que estamos viviendo en estos momentos.
Un paralelismo de esos tiempos con estos. Pues, ¡nos faltaba todo! ¡Carecíamos de todo! ¡Teníamos ansias de todo! Pero, creíamos en la superación de todos.
Repasamos las situaciones de los años 60’s-70’s. La falta de libertad de expresión. Las persecuciones y muertes políticas. En fin todo lo propio de esos años idos.
Cuando tocamos el tema, de ¿Cómo era el grado de honestidad?, pudimos llegar a una conclusión: que hay un abismo del tamaño del universo a la situación que se vive en estos momentos.
Nuestros padres entendían que la honestidad era la puerta de entrada a un trabajo digno. El sano ejercicio de una profesión. El estandarte que debía exhibir una familia ante la sociedad.
Recordamos que no podíamos llevar a nuestros hogares ningún objeto, dinero o propiedad que no tuviera una explicación clara de su adquisición, so pena de un castigo o devolverlo de donde lo habíamos “conseguido” Es decir los padres estaban vigilantes de nuestras acciones.
¿Se parece a la actualidad? ¡Imposible! Ahora un hijo o hija exhibe, (normalmente no tienen capacidad productiva) prendas, dinero, teléfonos costosos, vehículos, ropas, etc. Y salvo excepciones los progenitores o tutores se hacen de la “vista gorda”, como si nada pasara. ¿Es eso ser padres?
¡Los tiempos cambiaron! De esto no caben dudas.
Pero lo que no entendemos es esas ansias tan desbordantes de poseer dinero fácil. Y esto no escapa a ninguna esfera social. Sin embargo lo más vergonzoso es lo que sucede entre los profesionales. La “angurria” de dinero los hace presa de contubernios. No importa que sean: médicos (y áreas relacionadas), abogados, ingenieros, arquitectos, artistas, profesores, centros de estudios, comunicadores se dejan corromper, sin importarles sus estatus, su profesión, su familia, sociedad y mucho menos el país.
Se piensa así: “Búscame lo mío” ¡y punto!
¡Hemos perdido la fe en todo y todos!
¿Se puede creer en la justicia? ¡Lo dudo! ¿Podemos creer en quienes tienen la responsabilidad de hacer leyes se cumplan? ¡Para nada!
¿Cuál es el papel jugado por los políticos? El ejemplo malsano del prototipo de la corrupción en su máxima expresión. ¡Todo se puede y a todos se compran! ¿Y a quién le importa?
¿Cuál va a ser el futuro de nuestro país, si a las presentes y futuras generaciones no los estamos vacunando con la enfermedad más terrible de los países en desarrollo? ¡La Corrupción!
Dudo que quede empresas, sociedad, profesión, empleados, empleadores, sexo, raza, religión, políticos, justicia, gobernantes, militares, policías, prensa, medios de comunicación, informantes, que no se haya contaminado con el “virus” de la corrupción. ¿Es posible que enfermedad sea tan extendida que ya no quede vacuna?
El autor es médico, escritor y profesor universitario