La campaña “sucia” y la campaña negativa forman parte del arsenal de los políticos en todos los torneos electorales.
La campaña negativa trata de resaltar los errores y defectos del contrario. Los subraya ante el votante, y actúa como si pusiera sobre ellos “una inmensa lupa y un potente foco de luz.”
El propósito es conseguir que el votante advierta el “error” de votar por ese candidato.
La campaña sucia comparte propósito con la campaña negativa, pero se diferencia por un asunto ético: la campaña sucia se “inventa” los errores y defectos del contrario, y en esa virtud, distorsiona la realidad y, por ende, engaña al elector.
El que organiza una campaña sucia sabe que está faltando a la verdad y su propósito no es jugar con las reglas del juego democrático, sino violarlas para conseguir su fin. Quien desarrolla una campaña sucia no busca informar al público, sino engañarlo, engatusarlo.
Por eso la campaña negativa se considera parte del juego electoral, mientras que la campaña sucia nunca puede ser aceptada moralmente.
Ningún político serio debiera cruzar la línea que divide ambos tipos de campaña.