Por David Ramírez
Nunca le he encontrado sentido al toque de queda que estableció el presidente Danilo Medina para evitar la expansión del COVID-19 en todo el territorio nacional. Era algo tonto, zanahoria en el día y garrote en la noche.
Encerrando en la noche a los ciudadanos para evitar los contagios con el coronavirus COVID-19, pero libres en el día para que se aglomeraran en los mercados públicos o en las filas de los bancos y supermercados. En pocas palabras, lo que se evitaban en la noche, se perdía en el día.
Tampoco estuve de acuerdo con el hostigamiento y apresamiento de ciudadanos con la excusa de salvar vidas, porque el trabajo de la policía es cuidar a los ciudadanos de la delincuencia, no apresarlos porque transiten por las calles.
En lo que sí estuve de acuerdo era establecer el uso obligatorio de la mascarilla en la vía pública y la masificación de las pruebas rápidas.
Me opuse y aún me opongo rabiosamente al Estado de Emergencia. Abogué que eran mejores otras medidas, como el cierre por tiempo indefinido de las discotecas, barras, licor store, playas, balnearios públicos o privados. También apoyé la prohibición de realizar espectáculos públicos o abrir las salas de cines por cuatro meses. En cuanto a los colmados, colmadones, restaurantes, cafeterías y el transporte público, planteé que solo podían estar abierto o funcionando hasta las 9 de la noche.
Todas esas medidas pudo haberla tomado el presidente Danilo Medina de manera administrativa, sin necesidad de consultar al Congreso, ya que Ley General de Salud le da facultades para establecer esas disposiciones en caso de una epidemia nacional. Así habría evitado someter a los ciudadanos a los terribles sufrimientos psicológicos de estar encerrados, al hambre por no poder salir a la calle a trabajar o a las restricciones de sus movimientos y libertades Constitucionales.
El Toque de queda y el Estado de Emergencia han sido un gran fracaso porque no detuvo la pandemia y creó un malestar político contra del Gobierno que pronto lo pagará en las urnas.