Vamos a durar años, quizás décadas, analizando las consecuencias de la pandemia del coronavirus. Es el equivalente en este siglo de la Primera o la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría o la Gran Depresión, es decir, acontecimientos que mueven los cimientos de la humanidad en todo el planeta y marcan a toda una generación.
Habrá efectos económicos, sociales y culturales, que merecen mucha preocupación, pero uno de los efectos que más tiempo y recursos requerirán se refiere al daño en la salud mental que ha ocasionado el coronavirus. La prensa nacional reporta una investigación de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, que arroja que cuatro de cada diez dominicanos sufren ataques de ansiedad producto de la pandemia, la mayoría de ellos nunca había experimentado una crisis de este tipo antes.
Esta es solo una de las manifestaciones de la crisis de la pandemia en la salud mental. Otros han sufrido dificultades para dormir, desórdenes alimenticios, abuso del alcohol y de otras sustancias psicotrópicas, estrés, depresión y actitudes suicidas. La evidencia científica nos alerta sobre la necesidad impostergable de diseñar políticas públicas para abordar la problemática de la salud mental a tiempo.
Previo a la pandemia, los sistemas de salud en toda la región tenían poca o nula capacidad para responder adecuadamente a la carga de trastornos mentales.
En los países de ingresos medios, como el caso de República Dominicana, entre un 76% y un 85% de los ciudadanos con trastornos mentales graves no reciben el tratamiento adecuado, en muchos casos las personas ni siquiera tienen conciencia de la existencia de enfermedades mentales que, de no ser tratadas correctamente por profesionales, pueden resultar en serias limitaciones para el desarrollo personal y profesional.
Desde antes de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud ha postulado por el aumento de la inversión para la salud mental, mediante el diseño e implementación de servicios de base comunitaria, es decir, integrando la salud mental al resto de los servicios de atención sanitaria en general.
Antes de la crisis del coronavirus, esta inversión era una necesidad, ahora es una urgencia impostergable.
Cada uno lo observa a su alrededor. Familiares afectados por el confinamiento o por la pérdida de un ser querido, personas que han sufrido el virus del COVID y han quedado con secuelas que les impiden retornar a la normalidad, jóvenes que acaban de entrar a la universidad y no conocen a sus compañeros, padres y madres que han perdido sus ingresos, el impacto del cierre de los centros educativos, las deudas económicas, en fin, un sinnúmero de situaciones que agravan la salud mental.
Los próximos años serán difíciles y las secuelas de la pandemia en la salud mental de los ciudadanos debe ser una prioridad del sistema de salud y de las políticas públicas, que deben elaborarse con el apoyo científico y técnico del Colegio Dominicano de Psicólogos y de la Sociedad Dominicana de Psiquiatría.
De igual manera, el sector privado debe adoptar medidas preventivas para sus empleados, que resulten de la comprensión de la realidad que ha impuesto la pandemia y resulte en un nuevo paradigma de bienestar para aquellos que forman parte de la fuerza laboral y sus familiares.
La autora es: Ex Vicepresidenta de la República, abogada y política.