A no pocos resulta extraña la interrogante de si Tamayo celebraría este 13 de junio sus fiestas patronales de San Antonio de Padua inmerso en sus tradicionales festividades caracterizadas por la “rumba abierta” alejadas de toda tradición religiosa. O si, en cambio, haría unas fiestas en medio del luto -y agregamos- también del llanto.
¿Por qué planteamos una disyuntiva tan crucial? ¿Fiesta, o luto, o llanto?
Y es lógico que sea así, que hagamos una comparación del Tamayo que disfruta a plenitud sus festividades tradicionales, con el actual, que está expuesto a que productivos ciudadanos sean atropellados, maltratados y hasta muertos.
Si vemos el panorama desde el punto de vista de las fiestas, todo terminaría en la conclusión de que es cierto, que el símbolo del éxito y el disfrute pleno es la exhibición de abultados rincones de botellas de bebidas alcohólicas destapadas y vaciadas la noche anterior, tal como suceden los días posteriores a navidades, fines de año y patronales.
El Tamayo de hoy, según el parecer de algunos de sus residentes dentro y fuera, es un pueblo indiferente a la marcha de sus problemas sociales y económicos. Esto, por supuesto, visto como un Tamayo caracterizado como aquella comunidad que solo se moviliza en el entorno del parque, al que todos hemos acudido cada domingo, en algunos casos, y otros, incluso, cada mañana, tarde y noche, a vernos las caras y “analizar” e interpretar las realidades locales, nacionales e internacionales. Pero para muchos solo a eso: “analizar”.
Y esos “analistas”, hoy multiplicados como verdolaga (Portulaca oleracea) se cobijan también en las redes sociales, desde donde profundizan el distanciamiento de los valores históricos, el desconocimiento y desprecio de los procesos que les permiten disfrutar en su propio terruño de tanta libertad de expresión y otras conquistas.
Tamayo no era solo eso. Era acción. Era compromisos. Era militancia social.
Pero el punto no es el enfoque de la actual coyuntura…y ya.
Ahora más más bien se hace ineludible comparar el contexto de las fiestas patronales con la eventualidad de que 15 o 20 de los compueblanos pudieron haber muerto a tiros unas horas antes de las fiestas, víctimas de las balas asesinas de un Ejército inconsciente, integrado por gentes pobres, pero puesto al servicio del Consorcio Azucarero Central (CAC), la empresa que administra el ingenio Barahona.
Aunque algunos, tal vez no muchos, se hayan enterado, es bueno informar, aunque de soslayo, que en el campamento Libertad pudieron morir dos o tres decenas de quienes luchan por mantener y/o conquistar su derecho a cultivar la tierra de la zona de El Aguacatico.
Nada se debe extrañar ante la voracidad de estos emporios.
La llegada de patrullas de “guardias” a algunas parcelas, como fue el caso de la propiedad de la también enfermera María Cedano, mujer fajadora, bravía, trabajadora, que tiene décadas y más décadas cultivando la tierra allí para conseguir el sustento de los suyos.
La acción contra Cedano y otros de sus compañeros motivó la organización de la mayor cantidad de compañeros solidarios que en horas de la madrugada pudieran para enfrentarse con palos, piedras y hasta con balas, a los efectivos del Ejército que, sin dudas, reaccionarían provocando una masacre.
¿Repetiremos en Tamayo la tragedia de Mamá Tingó? Dios no lo quiera.
Y ese escenario fue desactivado en esa misma madrugada por la intervención de personalidades del más alto nivel del gobierno y su partido, quienes lograron que la patrulla se retirara de las parcelas y los productores agrícolas retomen el control de lo que es suyo porque, a decir verdad, la tierra debe ser de quien la trabaja.
Si esto ocurría, si nuestro terruño hubiera sido bañado con sangre buena de compueblanos, cabría entonces preguntarse ¿qué habría como celebración de las patronales de Tamayo: fiesta o luto?