He sido un preocupado por la profusión de información que hay en nuestros días, dado que, como crítico consagrado, entiendo que es difícil seleccionar fuentes válidas y “sanas”. De ahí que cualquiera navega a la deriva en esos océanos de información, de agua clara y de agua turbia.
La ética, religiosa y moral, ha desempeñado desde siempre la misma función: limitar el comportamiento humano para lograr la mejor convivencia posible. La ética no pasa de moda, siempre será útil, porque es nota esencial que nos diferencia de los animales y las bestias. En este contexto, de tanta información no validada, el contenido ético adquiere mayor relevancia a todos los niveles.
El mundo ha avanzado o retrocedido según sean las normas morales que históricamente haya seguido. Roma y sus imperios, la colonización y las independencias, las dictaduras y la democracia, son ejemplos históricos claros del avance o retroceso de nuestro mundo según siga o no líneas éticas correctas.
Veo a muchos denominados “influencer” enseñando imperativos de cómo se consigue el éxito, sencillamente, porque inexplicablemente han obtenido un poco de dinero, con lo que reducen el significado de “éxito” a tener mucho dinero sin importar cómo se logre.
Es notorio que sus “sabios consejos” estén marcados por las palabras: te tienen envidia; no tienen clase como tú, tienes mejor carro, etc. En cambio, brilla por su ausencia el llamado a cultivar valores y seguirlos. Se cuida más la forma y no el fondo. Es un contenido con nula reflexión.
El éxito sigue siendo tener una vida que observe las reglas de los valores humanos: ser honesto, íntegro, leal, respetuoso de las normas, compasivo, etc.
Cualquier influencer que, en tono afectado y de superioridad, nos dé consejos de cómo alcanzar el éxito, preguntémosle si sigue determinados valores éticos; de no ser así, su éxito es un mito, una farsa, una manera chatarra de llamar a la atención.