Vivimos en un mundo donde la mayoría de quienes lo habitamos, priorizamos los bienes materiales o económicos que podamos obtener, dejando de lado la honestidad, integridad y los principios básicos del ser humano; porque hacemos hasta lo imposible por adquirir estatus, títulos, reconocimientos y patrimonios, todo esto sin importar la forma, la vía y las consecuencias que luego tendremos. ¿Y de qué vale?
Nos dedicamos muchas veces a transacciones ilícitas para tener un “status” en la sociedad. ¿Y de qué vale?
Son muchos los famosos, como artistas, deportistas, políticos, empresarios, etc., que sus fortunas son tan grandes que ni aún sus generaciones futuras tendrán tiempo para gastarlas. ¿Y de qué vale? Cuando en las primeras planas de los noticieros vemos a personas que ejercen influencia ser señaladas por los delitos de corrupción, violación, malversación de fondos y tantos otros que podríamos mencionar, nos preguntamos ¿en verdad vale la pena?
¿De que vale ganar riquezas si con esto manchamos todo lo que está alrededor nuestro? La Biblia dice: ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? (Mateo 16:26)
Es tiempo de hacer una revisión en nuestras vidas, metas, proyectos, deseos, mirar nuestros hogares, ver lo que estamos haciendo y qué estamos dispuestos a hacer, y a quiénes estamos dispuestos a sacrificar con tal de estar en la posición que queremos estar.
De qué vale tener fama, dinero, posesiones materiales y no ser íntegro, honesto, respetuoso, servicial, humano, condescendiente con el problema del prójimo, no tener paz. De qué vale tener abundanciay no tener armonía con la familia, anular el derecho del otro, no honrar a tu padre y a tu madre (como nos llama a hacer la palabra de Dios.
Y de qué vale tenerlo todo materialmente hablando y estar vacío por dentro
¿Y de qué vale?
