BUSCAR EN NUESTRA PAGINA

Header Ads

lunes, 20 de febrero de 2023

El sueño de Esmeralda Richiez

0 comments

HIGUEY: Esmeralda Richiez quería ser modelo y todo en ella concurría a ese fin: su risa dulce y cristalina, su piel limpia y transparente, su cuerpo deslumbrante. Estos atributos físicos, decorados por una chispa de inteligencia, anunciaban una modelo de pasarela, una mariposa sobre la tarima.

Podía soñar con ganar alas, volar alto y conquistar al mundo: sus condiciones le sobraban para eso y mucho más. A sus 16 años era dueña de su propio carisma, pero su destino tenía otros hilos, otros cauces, otras manos.

Si no podía consumar su anhelo de modelar, al menos podía ser una brillante profesional. Se estaba preparando para las jugadas traperas de la vida. Solo necesitaba un poco de suerte. Ella cursaba el 5to. grado de su bachillerato técnico en Servicios de Alojamiento, en el Instituto Agropecuario de Higüey, también conocido como el politécnico de La Cruz del Isleño. Como profesional podía laborar en empresas turísticas, hoteles, restaurantes y otras similares.

La menor hubiera querido terminar su educación formal para dedicarse al apasionante mundo de la pasarela. Pero el sueño se marchitó, y la flor Esmeralda acabó destrozada en su corta vida.

Fue allí mismo, en la escuela donde trillaba un futuro más cierto y venturoso, donde nació la desgracia. Nada en el politécnico indicaba un arranque de tragedia: no había presagio de dolor, ni vaticinio de sangre. Sin embargo, la maldad batía allí sus alas, se iba tejiendo a fuego lento, hasta estallar en una gran fatalidad.

Los días transcurrían con la monotonía de la vida campestre. Antes de las 8 de la mañana llegaba al politécnico, participaba en el izamiento de la bandera, y unos minutos después iniciaba las clases. La despachaban antes de las 4 de la tarde. Era alegre, sociable, hermosa: una beldad vestida de escolar. El uniforme realzaba su glamour: debajo del polo shirt rojo brillaba la piel lozana, y el pantalón caqui filtraba el humo de sus piernas.

Tenía una pasola blanca en la que andaba largos trechos por calles y senderos. Así maduraba su adolescencia. Poseía destreza tecnológica: era capaz de poner en marcha cualquier celular. Hacía favores, era servicial y generosa: siempre estaba para los suyos.