Encontrar el equilibrio ideal entre el uso de las capacidades de la IA y la salvaguarda de los principios democráticos es esencial cuando se utilizan estos nuevos recursos tecnológicos en las campañas políticas.
Por Zoraima Cuello
En el vertiginoso mundo actual, la tecnología sigue revolucionando diversas industrias, y la política no es una excepción. A medida que el mundo está cada vez más interconectado, en las campañas electorales se está recurriendo a la inteligencia artificial (IA) como una herramienta que puede cambiar las reglas del juego, permitiendo a los candidatos y partidos políticos examinar grandes cantidades de datos y obtener información valiosa, que permite el análisis de la información demográfica, así como la predicción del comportamiento de los votantes.
En ese sentido, la utilización de la Inteligencia Artificial en el ámbito de la política ha supuesto un cambio de paradigma en la forma en la que los partidos enfocan sus estrategias, aprovechando los algoritmos más avanzados, pues tienen la posibilidad de profundizar en un conjunto de datos masivos, como el historial de votaciones por sector, distrito municipal y región, así como las actividades personales y grupales en las redes sociales, con el fin de identificar patrones y tendencias. Estas valiosas informaciones, les permiten emplear tácticas de campaña específicas para adaptar sus mensajes a distintos tipos de votantes y relacionarse eficazmente con ellos, aumentando drásticamente sus posibilidades de éxito en las urnas.
Además, pueden predecir patrones y posibles resultados electorales con altos niveles de confiabilidad, lo que les permite asignar recursos humanos y financieros en las zonas donde sean más críticas las necesidades, concentrar sus esfuerzos en los campos de batalla que resulten clave para la contienda, incluyendo la posibilidad de elaborar un discurso que conecte con los ciudadanos de acuerdo con sus intereses y moverles a votar a su favor.
A medida que se sigue adoptando la IA como herramienta estratégica vinculada con otras disciplinas, como el neuromarketing político, se tiene el potencial de revolucionar la forma en que los votantes interactúan y se comprometen con los mensajes que reciben, con la garantía de que dan en el blanco, a través de la evaluación del sentimiento de los votantes.
Este rápido bucle de retroalimentación facilitado por las tecnologías de hoy en día permite a las campañas ser más reactivas y adaptables, asegurándose de que se mantienen al día de las necesidades e intereses cambiantes del electorado, pues la IA es capaz de detectar tendencias emergentes y variaciones de sentimiento entre los votantes, facilitándole a los estrategas políticos beneficiarse de todas las posibilidades que surjan.
A medida que los algoritmos de IA se hacen más complejos, existe el riesgo de depender excesivamente de los procesos automatizados de toma de decisiones. Su uso debe ser transparente y responsable, garantizando que no promueve prácticas prejuiciosas o discriminatorias. Además, la recopilación y el análisis de macrodatos suscitan preocupación por la privacidad y la protección de los datos.
La advertencia de Sam Altman sobre los peligros del uso de la IA como arma política llama la atención sobre las posibles implicaciones éticas de esta tecnología y el imperativo para que los responsables políticos y la sociedad seamos conscientes del potencial abuso que puede materializarse y garanticemos que las elecciones se celebren con imparcialidad y transparencia.
El uso de la IA como instrumento político plantea importantes implicaciones éticas y exige un enfoque juicioso y responsable de cara a las campañas electorales, iniciando un ejercicio de regulación y fiscalización para asegurar un uso correcto de la misma y proteger la integridad de los procesos democráticos, manteniendo las normas éticas con el propósito de que las agrupaciones políticas sean conscientes del daño que provoca en la intimidad de los ciudadanos y se les pueda exigir responsabilidades a los actores políticos.
La Inteligencia Artificial ha dado paso a una nueva era de la política basada en los datos, desafiando la dinámica y los métodos de trabajo tradicionales y, en última instancia, configurando la forma en que se llevan a cabo las campañas electorales en todo el mundo. Su integración en las campañas ya no es un concepto futurista, sino una realidad que exige atención y comprensión tanto por parte de los políticos como de los votantes.
Encontrar el equilibrio ideal entre el uso de las capacidades de la IA y la salvaguarda de los principios democráticos es esencial cuando se utilizan estos nuevos recursos tecnológicos en las campañas políticas. Esto implica un enfoque cuidadoso y considerado para garantizar que se respetan y protegen los derechos fundamentales y la privacidad de los ciudadanos. Y, en última instancia, la clave es centrase en aprovechar la innovación tecnológica con la responsabilidad ética, asegurando que la inteligencia artificial sirve como herramienta para mejorar el proceso democrático, no para socavarlo a partir de manipular las voluntades de los ciudadanos.
La autora es barahonera y reside en Santo Domingo.