SANTO DOMINGO.- Una campaña atípica, una Junta Central Electoral (JCE) que se anticipó a procesos y tiempos legales, un oficialismo pasivo en solicitudes ante el organismo electoral, contrastado con una oposición que reclamó todo y hasta el último momento.
Con las líneas anteriores, podría simplificarse todo el proceso previo a las elecciones presidenciales y congresuales del domingo, que bien pudo iniciar en noviembre del 2020 cuando el Senado escogió al actual pleno de la JCE.
La categorización de aburrida que algunos le dieron a la campaña electoral, tal vez se sustentó en lo vivido en procesos anteriores.
En ellos, los mítines multitudinarios, la colocación de afiches y pinturas promocionales en postes de luz, aceras y contenes, además de alguna que otra muerte violenta o herido de gravedad, ponían la tónica de lo llamativo sin que eso necesariamente se tradujera en votos.
De ese estilo persistieron en la campaña que recién concluye algunos remanentes, pero muy probablemente se trate de los últimos suspiros de un modelo en decadencia sustituido por la conectividad y una generación que procesa el pensamiento de manera distinta.
De los logros de la campaña, se citan la cultura del debate y la reducción significativa de la campaña sucia y de la campaña negativa.
No es que no hubo campaña sucia y/o negativa, pero se redujo y a diferencia del pasado, no fue determinante para influir hasta el punto de acabar con candidaturas.