Al mirar la Historia siquiera con un poco de atención, es posible apreciar las bondades de este tiempo que nos ha tocado vivir; nunca antes se había tenido tanta libertad, tanta tecnología y ciencia, que acortan las distancias y alargan la vida.
Hoy en un celular una persona tiene una computadora, una TV, un radio, millones de libros, revistas y periódicos, una agenda, una linterna, un GPS, un medidor de presión, azúcar, temperatura y clima; en fin, una fuente inagotable de datos a un clic.
Las naves aéreas, marítimas y terrestres son rápidas, confortables y seguras; la producción de bienes y servicios es abundante; las especialidades médicas cada vez abordan con éxito los problemas de salud; las ingenierías hacen "maravillas", aplicando las ciencias de la naturaleza y las del espacio; las inteligencias artificiales realizan en tiempo récord múltiples actividades que permiten comprender, dominar y domesticar realidades ligadas a las estadísticas, a la biología, a la medicina molecular, a la cosmología, a la física cuántica.
Qué pasa que teniendo un mundo así, la gente le pierde sentido a la vida?
El estrés agobia y la depresión se adueña de las personas?.
Las respuestas no serían nunca más importantes que las preguntas que las motivan.
A mi modo de ver en la sociedad moderna, hemos venido cosechando los frutos de la tecnología, pero hemos dejado poco espacio a la esperanza, la realidad cotidiana absorbe tanto y los acontecimientos devienen tan rápido que parece que el futuro significativo no existe; las personas no gozan lo que tienen porque vivimos en una "cultura de reemplazo", que incluye no sólo lo tecnológico, también lo afectivo y lo espiritual.
Es una sociedad que apaga el amor que le da sentido a la vida, mientras enciende los "motores" del desarrollo social; es una sociedad de internautas que "chatean mucho" para "matar el tiempo", pero que comunican poco, porque no saben como desnudar lo humano.
La sociedad actual es fácil y cómoda en lo tecnológico, pero es fría y vacía en lo humano.
La sociedad de hoy es rica en bienes y servicios, pero es pobre en afectos y espiritualidad.
La sociedad de hoy es agresiva y competitiva en términos de mercados, pero tiene déficits de valores, ha perdido la fe en Dios y en las cosas sencillas de la vida, por eso conoce los cielos y desconoce a su familia y vecinos.
