Desde que nacemos, nuestras experiencias comienzan a moldear nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos. Durante la infancia, nuestras interacciones con padres, cuidadores y el entorno forman las bases de nuestra personalidad, autoestima y formas de relacionarnos. Sin embargo, cuando estas experiencias dejan cicatrices emocionales, conocidas como "heridas de la infancia", el impacto puede extenderse hasta la vida adulta, afectando nuestras relaciones, decisiones y bienestar.
¿Qué son las heridas de la infancia?
Las heridas de la infancia son traumas emocionales que surgen a partir de situaciones dolorosas vividas en los primeros años de vida. Pueden originarse por abandono, rechazo, abuso, falta de afecto, críticas constantes o expectativas inalcanzables por parte de las figuras de cuidado. Aunque estas experiencias a menudo no son intencionadas, el niño puede internalizarlas como mensajes negativos sobre su valor personal o su capacidad para ser amado.
Principales heridas de la infancia y sus efectos en la vida adulta
1. Herida de abandono:
Origen: Sentimientos de soledad o negligencia emocional en la infancia.
Impacto en la adultez: Temor al rechazo, dependencia emocional y dificultad para estar solo.
2. Herida de rechazo:
Origen: Experiencias de sentirse no deseado o menospreciado.
Impacto en la adultez: Baja autoestima, miedo a expresar emociones y tendencias a evitar conflictos.
3. Herida de traición:
Origen: Promesas incumplidas o falta de confianza en figuras de autoridad.
Impacto en la adultez: Desconfianza, control excesivo en las relaciones y dificultad para delegar.
4. Herida de injusticia:
Origen: Críticas excesivas o falta de reconocimiento.
Impacto en la adultez: Perfeccionismo, rigidez emocional y dificultad para aceptar errores.
5. Herida de humillación:
Origen: Vergüenza pública, burlas o críticas humillantes.
Impacto en la adultez: Baja autoestima, miedo a destacar y necesidad de complacer a otros.
Cómo sanar las heridas de la infancia
Sanar estas heridas requiere un proceso consciente de introspección y trabajo personal:
1. Reconocer la herida:
Identificar las emociones y patrones que afectan nuestra vida actual. Esto puede incluir analizar nuestras relaciones y reacciones.
2. Explorar el origen:
Reflexionar sobre las experiencias de la infancia que pudieron originar la herida. La psicoterapia es una herramienta clave en este paso.
3. Practicar la autocompasión:
Abrazar nuestras vulnerabilidades y tratarnos con la misma empatía que ofreceríamos a un amigo cercano.
4. Reescribir creencias limitantes:
Desafiar las creencias que se formaron a partir de las heridas (por ejemplo, "no soy suficiente") y reemplazarlas con pensamientos más positivos y realistas.
5. Establecer límites saludables:
Aprender a cuidar nuestro bienestar emocional y priorizarnos sin culpa.
6. Buscar apoyo profesional
Trabajar con un psicoterapeuta especializado puede facilitar el proceso de sanación y brindar herramientas prácticas para manejar las secuelas emocionales.
Las heridas de la infancia no definen nuestro destino, pero pueden influir profundamente en nuestra vida adulta si no las abordamos. Al reconocerlas y trabajar en nuestra sanación, es posible construir relaciones más saludables, fortalecer nuestra autoestima y vivir de manera más plena. El viaje hacia la sanación no es lineal, pero cada paso que damos hacia el bienestar emocional nos acerca a una versión más auténtica y libre de nosotros mismos.
¿Estás listo para comenzar a sanar? La vida adulta puede ser el espacio perfecto para cuidar al niño que una vez fuimos.
La autora: Dra. Elizabeth Mora, MSc.
Psicoterapeuta especialista en terapia sexual, familiar y de pareja.
Terapeuta cognitivo conductual niñas, niños y adolescentes.
Para citas contactar al teléfono vía Whatsapp: 849-530-0635.
Reside en Barahona.