La historia de Gringulina y su chivo no es una anécdota aislada. Es un espejo de la dura realidad que enfrentan amplios sectores de la República Dominicana, especialmente en las provincias fronterizas y más empobrecidas.
Por Rafael Méndez
En el olvidado rincón de la Provincia Bahoruco, la tercera provincia más empobrecida de la República Dominicana, donde la frontera con Haití no solo dibuja una línea geográfica, sino también una profunda brecha de oportunidades, reside Gringulina.
Este pequeño emprendedor diversificado es un exponente más de esa vasta legión de dominicanos que sociológicamente se debaten en las arenas movedizas de la clase media baja, y que personifica la angustia de un sector que ve cómo la promesa de progreso se desvanece entre el polvo de sus campos.
Gringulina, con su rostro curtido por el sol y sus manos marcadas por la labranza y las variopintas iniciativas que emprende para generar lo mínimo necesario para sobrevivir honradamente, ha tejido una modesta subsistencia con su minifundio y su pequeña crianza de chivos y gallinas, transformando además los granos de café en un pequeño tesoro familiar. Su "alcancía" particular, la venta ocasional de un chivo, representaba un alivio crucial para los estudios superiores de sus hijos, una esperanza tangible en medio de la incertidumbre.
Pero la "bonanza" pregonada desde la capital parece haber olvidado su ruta hacia el sur profundo. Cuando la necesidad apremió y Gringulina ofreció su chivo antes del sacrificio, esperando la solidaridad de sus vecinos, la realidad lo golpeó con la fuerza de un ventarrón: solo tres libras reservadas. Tres tristes libras que reflejan la menguante capacidad adquisitiva de una comunidad que lucha por llenar sus propios platos.
"¡Mi pobre chivo!", lamenta Gringulina, cuya voz se une al coro silencioso de la desesperación bahoruquense. "Antes, con la venta de uno solo, podía cubrir un buen pedazo de la colegiatura de mis hijos. Ahora, ni para un par de cuadernos alcanza".
Esta escena, aparentemente trivial, es un microcosmos de la situación que enfrentan no solo pequeños emprendedores o productores como Gringulina, sino también esa inmensa masa de dominicanos que dependen de un bono gubernamental cada vez más exiguo o de los escasos ingresos que genera el "chiripeo". Como bien lo describió el perspicaz Juan Bosch, estos son como la cigua, ese pájaro que alza el vuelo cada mañana sin saber dónde encontrará el sustento para él y su prole. Una búsqueda diaria e incierta por la supervivencia.
Mientras el gobierno central insiste en pintar un panorama de prosperidad, la realidad en la lejana Provincia Bahoruco grita miseria. Los precios de los alimentos básicos se han elevado a alturas estratosféricas, dejando a familias como la de Gringulina al borde del abismo. La "mano amiga" del estado parece no alcanzar estas remotas tierras, donde la lucha diaria es una batalla cuesta arriba contra la inflación y la falta de oportunidades.
El flaco chivo de Gringulina, con su balido lastimero – ¡meee! –beee! - parecía exaltar la inocencia de haber sobrevivido a una muerte segura por la falta de compradores. Se erige como un patético símbolo de esta desconexión, un testimonio mudo de cómo las políticas económicas, supuestamente diseñadas para el bienestar de todos, dejan a los más vulnerables luchando por las migajas.
¿Acaso el presidente Abinader, en su despacho de la capital, puede siquiera imaginar la angustia de Gringulina y de tantos otros "chiripeadores" dominicanos? ¿Entiende que su "bonanza" no resuena en las áridas tierras de Bahoruco, donde un chivo sin comprador se convierte en un elocuente manifiesto de la desesperación?
La historia de Gringulina y su chivo flaco es un espejo de la dura realidad que enfrentan amplios sectores de la República Dominicana, especialmente en las provincias fronterizas y más empobrecidas. Una realidad que clama por ser vista y atendida, antes de que la desesperación se convierta en un grito ensordecedor que ya no pueda ser ignorado.