En una democracia el gobierno debe garantizar la seguridad ciudadana; el ejercicio de los derechos fundamentales, un adecuado clima para la inversión, el debate de las ideas, la participación política, la equilibrada distribución de las riquezas y la prestación de servicios públicos continuos y de calidad.
El éxito o el fracaso de un gobierno depende de cuantos de esos objetivos logre; el bienestar colectivo se asocia a políticas públicas eficaces, que se traducen en resultados electorales, que son el medidor por excelencia del índice de satisfacción popular de una gestión o de un partido político.
La competencia política debe orientarse a dar respuestas a esas variables, porque al final las personas responden más que a un partido a unas realidades vitales, donde pueden desarrollar su existencia con estándares que determinan su felicidad o desgracia, de las que de manera consciente o no, terminan asociándolas al gobierno de turno.
Poner el oído en la boca del pueblo, auscultar los latidos de su corazón, para saber dónde orientar las políticas públicas es algo que debe hacer con frecuencia el gobierno, aunque no siempre sea posible complacer todas las expectativas sociales.
La capacidad de planear el crecimiento y desarrollo económico, el manejo prudente del presupuesto público, la transparencia institucional y la determinación de las prioridades nacionales, son instrumentos a los que debe acudirse con frecuencia para lograr los objetivos superiores de un buen gobierno.
Cada cierto tiempo hace falta revisar las políticas públicas, para profundizarlas, reorientarlas o modificarlas, atendiendo al estado de bienestar que se asocia a su implementación. No se gobierna para sí, se gobierna para el pueblo que es el soberano, el mandante que otorga y delega poder a través del mecanismo de la representación.
La democracia representativa tiene a menudo la debilidad de que el mandatario se asume como mandante y se comporta como dueño y señor de la cosa pública, olvidando que su poder es delegado y temporal.
En República Dominicana el pueblo castiga con frecuencia a partidos y a líderes políticos que se endiosan y olvidan su papel en la democracia. Los ejemplos sobran y no hace falta citarlos en este artículo, pese a la mala memoria que nos atribuyen a los dominicanos.